El presidente comenzó con una importante agenda en el país asiático. Le presentaron medidas que lograron reducir las cifras de contagios.
Una política de confinamientos severos y el armado de la que probablemente sea la “burbuja” más grande de toda la pandemia de Covid-19 permitirán la realización en China de los Juegos Olímpicos de Invierno, de cuya apertura participará en el gigante asiático el presidente Alberto Fernández.
País origen del coronavirus, China logró, sin embargo, mostrar bajas cifras de contagios y de muertes, en buena medida por una fuerte política de confinamientos a escalas inimaginables para el resto del planeta y también por su política de vacunación, con inmunizador propio, que hizo que más del 85% de su población esté protegida.
Como ejemplo de drásticas decisiones vale el caso de Beijing misma: exactamente un mes antes de la ceremonia de apertura de los Juegos, la capital acordonó ya la “burbuja” del evento, un espacio cerrado prácticamente impermeable, que aislará durante semanas a deportistas, dirigentes, entrenadores, voluntarios, trabajadores de los JJOO y personal adicional.
La decisión es parte de la “tolerancia cero” con la Covid que dispuso el Ejecutivo de Xi Jinping, una política que incluyó también virtuales cierres de ciudades enteras de millones de habitantes apenas detectado algún caso y testeos a escalas difíciles de planificar para el resto del mundo.
Para estos juegos invernales, por ejemplo, la prensa internacional y los alrededor de 3.000 atletas tuvieron que llegar semanas antes del inicio de las competencias y permanecer en la burbuja hasta que abandonen el país.
Para poner un pie en ese espacio único, debieron acreditar vacunación completa o hacer una cuarentena de 21 días, con barbijo de uso permanente y pruebas diarias de control.
No habrá venta de entradas, además, para ninguna disciplina, por lo que, obviamente, tampoco habrá extranjeros entre los selectos espectadores.
La política de dureza sanitaria permitió exhibir algunos logros: China salteó el desborde hospitalario, tuvo bajos índices de mortalidad y hasta generó confianza para la realización de estos juegos invernales.
El domingo último la capital tuvo récord de positivos desde junio de 2020: 20 casos, una cifra insignificante para la dimensión del territorio y envidiable desde cualquier otro país.
Garantizar que el encuentro deportivo estuviera libre de rebrotes hizo suspender servicios de transporte, modificar normas sanitarias para envíos y encomiendas llegadas del exterior, disponer pruebas en ciudades de 10 a 15 millones de habitantes y armar operativos de vacunación a escalas notables.
Con esas políticas previas -lejos todavía de los Juegos-, China ya se había anotado un dato central: entre las economías consideradas importantes, fue la única que creció durante 2020, en beneficio de sus cerca de 1.400 millones de habitantes, en buena medida porque nunca paralizó su maquinaria productiva.
“Tenemos que presentar al mundo unos Juegos fantásticos, extraordinarios y excelsos. Hay que seguir dando gran importancia a todas las tareas de prevención; son el desafío más grande que afrontamos”, remarcó hace días el presidente Xi, por si quedaban dudas de lo que China pone en juego con el encuentro mundial.
El país acumula algo más de 105.000 casos de coronavirus y 4.636 muertes, un número este último que mantiene desde hace casi un año.
En la cuestión también pesa otro hecho resonante: China fue, después de Rusia, el segundo país en tener un inmunizador propio, un producto con el que Beijing no solo hizo un fuerte uso interno, sino que también alimentó lo que al menos parte de la prensa llamó “la diplomacia de las vacunas”.
El país impulsó de entrada una política de donación de barbijos, insumos y respiradores, pero una vez probada su vacuna -aún menos eficiente que otras- viró hacia una jugada más agresiva: venta a precios bajos a aquellos países a los que se les hacía inaccesible otro producto y directamente donación a naciones más necesitadas.
No es momento para medir si la imagen china cambió en el mundo a partir de sus decisiones, pero para nadie pasa desapercibido que Beijing compartió su vacuna -en algún caso a través de la OMS, en otros de modo bilateral directo- incluso antes de que el proceso de protección avanzara en su población.
Las dosis de Sinopharm llegaron a no menos de 90 países, bastante más que las de Coronavac y las de la menos conocida Conviecia, y otro tanto ocurrió con organismos internacionales. Y así y todo, el país ya aplicó unas 2.800 millones de dosis localmente.
Entre hoy y el domingo, además de estar en la apertura de los Juegos, el presidente Fernández podrá empaparse de estas políticas, que seguramente formarán parte de su encuentro personal -previsto para la madrugada del domingo, hora de la Argentina- con su par Xi, que parece con el camino allanado hacia un tercer mandato, lo que se resolverá este año.